La herencia

Caridad Grandal Flores tenía 18 años cuando su padre falleció. A esa edad en la que casi nada es definitivo, supo que heredaría la vivienda. Por esa fecha también abandonó la escuela y comenzó a trabajar como secretaria en un hospital. Más o menos desde entonces ha ocupado plazas similares en otros centros de salud. Para ganar dinero, para subsistir podría pensarse, pero Caridad iba al trabajo para no estar en su vivienda. Todavía, a sus 44 años, teme que su casa la mate.

La tristeza le vino cuando empezó los trámites para volverse propietaria de la habitación 15 en la ciudadela no. 271 de Marqués de la Torre, entre Mangos y Quiroga, Diez de Octubre. La herencia era una casa declarada inhabitable-irreparable y que tenía expediente de albergue desde 1982 en la Unidad Municipal de Atención a las Comunidades de Tránsito (UMACT).

—Mi techo es de viga y losa. De allá arriba cae todo el tiempo una boronilla de cemento y de pedazos de cabilla –dice Caridad–. Casi no duermo porque vigilo las losas del cuarto. Siento un mínimo ruido y me desvelo.

Cuatro puntales de madera de pino sostienen el techo de la sala. Están rajados al medio, corroídos por el comején. Hay zonas en esta casa que no están apuntaladas, aunque las losas del techo están a desnivel, a punto de colapsar. El piso también se hunde. Hace unos años, Caridad tuvo que demoler la pared de la cocina, que daba al pasillo interior de la cuartería, para que no les cayera encima a los vecinos. Hay grietas tan profundas que han alcanzado un grado de inclinación hacia afuera y amenazan con caer sobre otras casas que tienen techos de tejas.

—Esta es la pared del vecino, si él se para ahí encuero yo lo veo −dice Caridad–. Esta casa ha ido empeorando. Aquí salí embarazada de mi hijo en 1997. Ese mismo año mi hermana y yo escribimos a la Unidad Municipal de Vivienda buscando una solución: pedía una casa, un tránsito, un albergue, cualquier cosa. La respuesta que me dieron fue que me autoevacuara, porque no había albergue. Supongo que no hay albergue todavía.

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Cuatro puntales de madera de pino sostienen el techo de la sala (Foto: Daniela Muñoz Barroso)

Caridad se “autoevacuó” en la casa de su hermana, que vivía con sus dos hijos y su esposo en el no. 252 de Marqués de la Torre. La hermana dormía en la sala para que Caridad se quedara junto a la cuna del niño en la única habitación disponible. Estuvo en esa casa hasta que Amado cumplió un año. Luego, ambos regresaron a la ciudadela.

Las pocas acciones de reparación que se han hecho en la casa Caridad las recita de memoria. Cuando Amado tenía 5 años un delegado le ayudó con materiales para resanar algunas paredes. Para lidiar con las filtraciones echó un derretido en el techo. Su hijo tenía 9 años cuando le apuntalaron la sala. Tuvo que ir con él de brazos al Gobierno Municipal, después de que le dijeran que no en el Departamento de Demoliciones, y plantarse allí hasta que le aprobaron el apuntalamiento.

—Mi hijo tiene 21 años ya, ¿me entiendes? Esto también es de él. Cuando llueve él es quien sube al techo y suavecito escurre el agua con una escoba para que no filtre, o filtre menos –explica Caridad–. Él trabaja en una brigada de construcción. No ha podido ayudarme mucho en la casa porque empezó hace muy poco. Hace dos años se cortó los tendones y los nervios de la mano izquierda. Le dio un puñetazo a una puerta de cristal, el vidrió cogió aire y se rompió. Ha hecho fisioterapias y todo para recuperarse pero todavía padece de los tendones.

La estructura de la ciudadela es de dos bandas de apartamentos con techos corridos, o sea, losas y viguetas puestas unas a continuación de las otras. En 2016 lluvias intensas tumbaron el techo de un vecino. Al ser colindante, el de Caridad también amenazaba con caerse. Una vecina de la comunidad escribió una carta explicando la gravedad de esta situación, la dirigió a Nilda Vidal, directora de la UMACT en aquel periodo.

—¿Respuesta de la carta? No dieron respuesta –dice Caridad–. Cuando yo fui en 2016 a ver a la compañera Nilda, lo único que apareció en Albergue era una tarjeta con mi nombre. El expediente con todos los certificados médicos que yo presenté de mi hijo, que es asmático desde los ocho meses de nacido… ¡nada de eso! Ni el expediente, ni nada. Lo único que apareció fue una tarjetica en el archivero con mi número de expediente: 304.

Caridad estaba en casa de una vecina cuando pasó el tornado. Mientras veía las cosas volar imaginaba su casa en ruinas, el techo desplomado, su vida bajo escombros. Por supuesto, lo primero que hizo tras abrir la puerta al día siguiente fue mirar hacia el techo. Increíblemente, su vivienda quedó en pie.

Los daños mayores los sufrió la banda contraria de la ciudadela, casi todas las cubiertas de tejas de las barbacoas volaron. Sin embargo, todo fue removido. Unos técnicos de Vivienda que pasaron por Jesús del Monte haciendo inspección el 13 de febrero dijeron que había que demoler el ala de la ciudadela donde ella vive. La duda de si volverían a levantar su casa ahí o si la iban a mandar para un albergue la tenía muy nerviosa. ¿Qué representaba el estado de su vivienda en una circunstancia donde hubo quien lo perdió todo?

El 19 de febrero pasó por su casa una comisión de militares de la Defensa Civil.

—Vinieron en representación del Jefe del Estado Mayor, Ramón Pardo Guerra. Yo les enseñé mi casa, les conté todo. Al otro día, representantes del Gobierno Municipal hicieron una reunión aquí. Entonces, dijeron que a mí y a mi vecino nos iban a dar casa. Dicen que el vecino se quedó sin habla, yo empecé a llorar. Esa noche llamé a mi hijo que estaba trabajando en provincia y él me dijo: “Caridad, cálmate y vuélveme a explicar. ¿Eso que dices que nos van a dar es un albergue o será una casa nuestra?”. Yo le explicaba y no me lo creía.

La cita fue para la mañana del 9 de marzo, frente a los albergues de las calles Municipio y Goicoechea en Diez de Octubre. Funcionarios de la Dirección Municipal de Vivienda vinieron en dos ómnibus para recoger a todas las personas presentes. En la nueva comunidad de Micro X todavía estaban pintando algunos edificios, construyendo las aceras, rehabilitando lo que fue una residencia estudiantil a fin de convertirla en futuras viviendas para los damnificados. Caridad conoció la que va a ser su casa. Está en un cuarto piso. El mar llena la vista de su balcón. La felicidad es esa, dos cuartos, una cocina, un baño y un pequeño patio. Dan ganas de cerrar los ojos y abrirlos mirando al techo, sin miedo. La casa está vacía pero esa nada es hermosa.

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