Fuera del vórtice

Una mujer abraza a un muchacho lánguido. El gesto es más bien una tenaza, un sistema mecánico para levantar bultos. El muchacho consigue dar dos, tres pasos. La mujer lo sostiene ahora por los hombros. Lo baña dentro de una cocina. En la cocina hay también una cama y un sofá. Hay una mesa y sobre la mesa un televisor. La silla de ruedas es el mueble número cuatro y nuevo, de ahí que la mujer no quiera mojarlo. El espacio es una casa extractada. Una casa a escala sita en Santa Catalina 306 B, Reparto Santo Suárez, municipio Diez de Octubre.

—Cuando abrí la puerta y vi que estaba bien, me rajé a llorar. Yo decía por el camino: “Caridad del Cobre, que no le pase nada”. Porque yo creo mucho en ella. “Algo grande pasó, Michi, corre”. No tengo celular, me llamaron a casa de mi hija que vive en Lawton, por el asilo. Fue entonces cuando me mandé a correr. Era una boca de lobo porque había apagón, pero yo no paraba de correr. La gente por los portales: “Señora, usted está loca, venga pa’ acá”, pero yo solo lo tenía a él en mente. Me subí a un P2 hasta Diez de Octubre para adelantar. Me bajé en algún tramo porque la ruta se desviaba. El viento me halaba pero yo seguí corriendo.

La tempestad no le tumbó a Raisa León Chacón el truco para sellar una pared en falta. El hueco es la frontera entre la sala-cocina-baño y el vacío, entre la sala-cocina-baño y una habitación medio hundida. A un lado, el cuarto apuntalado de Armando Emilio Rodríguez, su hijo de 31 años con retraso mental severo; contiguo, un cráter abierto: lo que alguna vez fue dormitorio, sin techo desde 2016.

—En el hueco amarro un cordel cada vez que se arma tempestad. Entonces cuelgo una colcha sujetada con palitos de tendedera. Aquel día pensé en meterlo a él debajo de la meseta, para protegerlo, pero no hubo necesidad. Todo esto se inundó, eso sí.

A Raisa le dicen Michi, y nadie además de sí misma puede cuidar de Armando, aseguran ella y su vecina de los bajos, Regla García.

—Él mira para el piso, o para cualquier lado, y luego se duerme. Está acostumbrado a estar solo. Yo necesito ir a la bodega, a la farmacia, entonces salgo y si la cola es grande, marco y regreso a velarlo. No tengo a quien dejárselo.

Durante el tornado y los días que sucedieron al tornado, Armando presentó abundantes diarreas. Michi pensó en hospitalizarlo, entonces se atrevió al ejercicio de imaginar los hospitales, y las filas de damnificados en los pasillos de un Cuerpo de Guardia, y las camas insuficientes en cada sala, de ahí que prefiriera buscar a Haydée la delegada.

Haydée la delegada, al menos, se preocupa por saber de ellos, que el anterior ni eso siquiera. Sin embargo, Haydée la delegada solo podía ofrecerle a Michi un albergue colectivo en el Palacio de Pioneros Camilo Cienfuegos.

—Seis familias distintas que vienen de Lawton, más la mía, ¿y un solo baño? Mi niño se orina y se hace caca sin avisar, y yo lo lavo, pero es muy incómodo hacerlo frente a extraños. Ahora dejaron llevar un refrigerador y un televisor para todos. Haydée me dijo “para resolverte”, pero eso no resuelve. También me prometieron encargarse de lo mío cuando terminen de ubicar a los damnificados del tornado. Llevo tres años esperando.

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Raisa León (Michi) muestra el deterioro de su vivienda mientras lee los dictámenes técnicos emitidos desde hace tres años (Foto: Marcos Paz).

El 20 de febrero se había elevado a 7 872 el número de viviendas afectadas en La Habana. Al caso de Raisa le aparecían 730 derrumbes totales y 931 parciales para hacerle frente. El fondo habitacional de Diez de Octubre concentraba el 50 % de los daños del municipio según el Reporte de Situación no. 07 de la Oficina de la Coordinadora Residente del Sistema de Naciones Unidas en Cuba.

El instrumental con que Raisa León calcula el tiempo es muy variado. Durante tres años, el tiempo como dimensión física lo medía a través de un vestido que le obsequió una amiga residente en Italia.

En las instituciones u organismos del Estado se prohíbe la entrada de personal en shorts o camisetas. Raisa no tiene ropa fina, dice. Tiene ropa cómoda. Ropa ajustada y corta. Ropa que le permita agacharse para destupir un tragante o barrer la basura debajo de una cama. El vestido era elegante. Lo usaba cada vez que visitaba el gobierno municipal, o el Partido, o la Oficina de Trámites. El vestido terminó por gastarse.

—Una vez vino Alexis, el que era vicepresidente de Vivienda. Analizó mi situación y mandó a Romero, el arquitecto, para hacer un dictamen técnico. Romero puso “caso social crítico” en el informe. Indicó demoler y, mientras, nosotros permaneceríamos en un albergue. Albergue quiere decir “casa de tránsito”, me explicó. Un lugar para nosotros dos, no esos albergues llenos de familias. El vicepresidente Alexis regresó luego, leyó los papeles y propuso cerrar ese acceso, el hueco. Quería que abriera una puerta por algunas de las paredes del baño para que se entrara desde este espacio, que es el único sólido, sin peligro de derrumbe. Después de la visita de Alexis, volvieron los arquitectos de Vivienda y dijeron que eso era incorrecto, que Alexis no era arquitecto, que no puede asegurar que el techo del espacio habitado no se derrumbará. Los moradores de una casa no deben permanecer ahí dentro mientras se demuelen dos habitaciones. Hay que reubicarlos, dijo el arquitecto. El 18 de febrero celebré los 3 años de mi techo roto.

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Techo de hormigón ruinoso en uno de los cuartos. Ha permanecido desde 2016 sin que ninguna autoridad pertinente ejecute la demolición sugerida en los dictámenes técnicos (Foto: Marcos Paz).

Antes de la ruina, antes de los hijos, del matrimonio fallido, de coser, lavar o limpiar por pagos más o menos generosos, Raisa estudió taquigrafía y mecanografía. Fue oficinista.

Cuando Armando, su hijo mayor, cumplió 10 años, unos asistentes sociales visitaron a Raisa para informarle que el Estado le pagaría una pensión como madre cuidadora. Desde entonces recibe mensualmente 305 pesos cubanos, que es decir 12 dólares aproximadamente.

Un grupo de apoyo a los damnificados que se organizó de forma espontánea para, desde la diáspora, ayudar con envío de remesas e insumos le trajo a Armando su sillón de ruedas. Una joven fingió haberse lesionado la pierna para lograr evadir los impuestos aduanales sobre el artefacto. Hasta ese momento, Armando permanecía todo el día sentado sobre una silla de hierro.

En las noches, Michi prende un televisor que le entregó el gobierno municipal tras ser retirado de una escuela por encontrarse defectuoso. Tarda de veinte a treinta minutos para que la imagen aparezca en la pantalla grisácea. “Es la humedad”, asegura Michi.

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Armando permanece prácticamente inmóvil durante el día, frente al televisor, sobre su silla de ruedas (Foto: Marcos Paz)

Armando se contorsiona sobre la silla de ruedas. Hace que luzca sencilla la acrobacia, como esas figuras circenses en que una mujer desenrolla un abanico de extremidades a su alrededor. A veces sonríe mientras pasan algún programa en la televisión, como si comprendiera, pero Michi me jura que no comprende nada, que durante su parto Armando aspiró el meconio, que el meconio es excremento, que lo de su hijo es retraso mental severo, que la sonrisa es un reflejo, que Armando solo sabe estar inmóvil, con los ojos abiertos como dos esferas negras, o cerrados profundamente, que él solo sabe y puede esperar. Esperar el alimento, el baño, el día, la noche.

Luego se duerme y su madre lo lleva a la cama con ese gesto mecánico.

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